Tuesday, March 25, 2008

La primera noche de insomnio en la casa de Billinghurst

La casa de Arévalo fue célebre por las noches de insomnio que pasé en ella. Muchos fueron los culpables: cómo hago la presentación de mañana, un romance fallido, cómo subió el tomate, vecino pastrulo a qué hora cortarás con ese punchipunchi, cómo funcionarán las latitas de spray, se me está encogiendo la cuenta de ahorros, si vale la pena seguir con él, qué me pongo mañana, qué hijo de puta el dueño de este departamento, si será buena idea vivir con dos roommates y un gato, mañana tengo que viajar y no llamé al remis, qué mala cita tuve hoy, otro romance fallido.

La casa de Billinghurst, por el contrario, ya tiene dos meses de tranquilas noches de sueño. Compartir vivienda con una guitarra Gibson, un gato quilombero y una tele de 21" del otro lado de la mampara de mi cuarto hace que algunos props sean inevitables (tapones para oídos, 5 pesos en Farmacity; eyemask, gratis en los aviones) pero bendito sea el Feng Shui de esta casa porque es sorprendente que a casi dos meses de vivir aquí no haya sufrido una sola noche de insomnio.

Hasta hoy.

En cuatro semanas tuve cinco citas con un nuevo romance (fallido) en un (fallido) intento por ahora sí no meter la pata en asuntos del corazón. Ese, cuyo nombre empieza con S, me contactó por Facebook una noche de evidente aburrimiento que poco después se convirtió en una extensa y divertida charla. Alemán, estudiante de intercambio, ex investment banker y ex obrero de construcción--no sé qué me atrajo más, el que haya sido investment banker en algún momento o que haya tenido las agallas para dejarlo por convertirse en albañil. Una semana después nos encontramos para cenar y desde entonces las conversaciones mezcladas con chistes mezclados con la barrera del idioma mezclada con un carácter (mío) más asertivo que de costumbre convirtieron cada cita en breves pero súper interesantes jornadas. En la cita número tres tuvimos un malentendido que marcó el resto de nuestros encuentros, en la cita número cuatro me besó, y en la cita número cinco dudó. En la cita número seis lo charlaremos. Yo ya tengo una opinión al respecto, esta relación no va a continuar pero me gustaría saber qué piensa él.

La cita número seis nunca se dio. Ni se dará. No estoy segura si el detonante de mi insomnio de esta noche fue ese mensajito de texto, "We need to talk", o el hecho de que él me robara la idea de no seguir saliendo. La relación ya estaba destinada a un final no tan feliz en cualquier momento: mi afán por esta vez hacer las cosas bien me colocó en una posición más defensiva que nunca y S se quedó con una imagen de mi más dura de la que todos conocen; ambos somos personajes de paso por Buenos Aires y ambos creemos en las relaciones largas y duraderas. No iba a funcionar ni de casualidad.

Ahora no duermo porque no estoy tranquila, y sé que él tampoco. Esta relación no terminó como yo hubiera querido, con ambos saliendo dignamente por la puerta grande aunque fuera en direcciones opuestas. La puerta por la que salimos fue la más cercana y no necesariamente la más grande. Salimos, eso sí, despidiéndonos cordialmente y como corresponde, pero yo salí corriendo y no sé si él también porque en mi huída le di la espalda.

Para mi la historia está ya cerrada, pero parece que para la casita de Billinghurst y la lluvia que se desató cuando empecé a escribir este post, este capítulo todavía no termina.