Sunday, February 24, 2008

El Apagón

Ya de vuelta en Buenos Aires y con una mudanza más o menos finalizada, no quiero dejar de contar historias sobre mi vida en las casas y las ciudades a donde me mudé. Este un copipeist de mi antiguo blog; esta historia fue escrita, a mano, en agosto del 2003. Definitivamente una de las primeras.

A pesar de haber vivido mi niñez en el Perú de los años ochenta, con las constantes amenazas a nuestra seguridad, la hiperinflación y claro, los apagones a la orden del día, tenía que ser Nueva York la ciudad donde viví el apagón más largo de mi vida: el gran apagón de agosto del 2003.

La noticia dio la vuelta al mundo. Desde el jueves 13 de agosto hasta el mediodía del viernes, medio país quedó a oscuras. Fue algo muy confuso al principio; podría ser algo pasajero, la electricidad volvería pronto, pero cuando empecé a recibir llamadas de mis amigos, “¿en tu oficina tampoco hay luz?”, la confusión dio paso al temor. Los altoparlantes del Worldwide Plaza anunciaban “no tener conocimiento todavía de las causas del problema” y cada vez se escuchaban más rumores y cuchicheos que no hacían más que aumentar la confusión. En el fondo, la neurosis en torno a la seguridad en Estados Unidos, y especialmente en Nueva York, daba pie a muchas ideas, que si será un ataque terrorista, que si será esto o lo otro, y para evitar hablar del tema empezaron los comentarios en broma y el ánimo de divertirse, o de simplemente volver a casa… al fin y al cabo, era jueves, así que el fin de semana empezaba mucho antes de lo previsto. Tuve suerte de no estar en un ascensor ni en el subterráneo en ese momento, y también tuve la suerte de vivir a tres cuadras del trabajo, con lo cual el viaje de regreso a casa sólo fue distinto por 15 pisos de bajada por escaleras. Mientras caminaba a casa, vi toda la Novena Avenida, en estos últimos años uno de los barrios de moda en Manhattan, con tantos restaurantes y bares, repleta de gente con sus cervezas, celebrando un fin de semana adelantado.

Cada quien tuvo que encontrar la manera de llegar a casa. Mi amiga Mika, que trabajaba cerca de Grand Central Station, no podía llegar a su casa porque vivía en East Village, así que decidió que lo mejor sería caminar hasta mi departamento, y me encontró en la puerta de mi edificio mientras yo llamaba a casa en Lima (desde un teléfono público, porque los celulares no funcionaban) a avisar a mi familia que todo estaba bien, que no se preocuparan por mi, porque seguramente la noticia ya les había llegado por televisión. Claudio, mi roommate, no se apareció sino hasta bien entrada la noche, ya que tuvo que caminar desde Tribeca hasta Hell’s Kitchen, nuestro barrio.

Como buenas latinas (Mika es argentina), tomamos las precauciones inmediatas del caso, y con cada cosa que hacíamos, recordé todo lo que se hacía en casa cuando yo tenía 10 o 12 años y los cortes de luz en Lima eran cosa de todos los días. Y pensé en cómo un país del primer mundo, con toda la tecnología que puede costearse no está para nada preparado para casos de emergencia como éstos; y extrañé tantas cosas que en Lima daba por sentado.

Las velas
La imagen que quedó grabada en mi mente durante un apagón era la vela blanca, la típica “vela de apagón”, con la cera derritiéndose y cayendo sobre el candelabro perfecto: una botella vacía de Coca Cola de un litro (ni más grande ni más chica). En un país donde las velas sólo cumplen un rol decorativo, las “tealights” (todas las que pudimos encontrar), más las enormes velas perfumadas nos sirvieron como única alternativa, aunque la fragancia que emanaban era realmente abrumadora tomando en cuenta el calor que hacía allá afuera (especialmente porque el uso excesivo de aire acondicionado fue lo que provocó la saturación de las redes eléctricas).

El agua
Pocos saben que cuando no hay electricidad, dentro de poco no habrá agua. Definitivamente toda esa gente chupando en los bares de la Novena Avenida nunca pensaron en eso, y después de tanta cerveza no quiero ni pensar en qué estado quedaron los baños de todos esos lugares. Mika fue la de la idea; juntemos agua en la bañera, ya que al vivir en el quinto piso, pronto se acabaría el agua del tanque y no habría presión para que el agua de las cañerías suba hasta nuestro departamento. Una bañera entera sería una reserva suficiente hasta que volviera la luz, esperando lo peor. Y era obvio que el agua no era para aseo personal.

La refrigeradora
Se acercaba la hora de cenar y lo primero que pensamos fue cocinar todo lo que pudiera malograrse rápido. No fue suficiente. El tofu se echó a perder, igual que la leche. En Lima era inimaginable guardar tofu por más de medio día, y la leche es en su mayoría evaporada y se vende en latas, con lo cual el refrigerador tiene menos responsabilidad en caso de un apagón.

El teléfono
Muchos chicos de la ciudad, en nuestro intento por pagar la menor cantidad de cuentas al mes, decidimos tener sólo el teléfono celular (que es lo que más nos sirve, nunca estamos en casa ni siquiera los fines de semana) y usarlo para todo. En este caso de nada nos sirvió el celular. No había manera de saber qué partes de la ciudad seguían a oscuras y qué había sucedido realmente.

Pilas
Cuando no las necesitamos, nunca pensamos en ellas. Desde el día del apagón no dejé de tener pilas en casa. En el departamento de Hell’s Kitchen teníamos radio pero no teníamos cómo hacerla funcionar. Mis recuerdos de apagones en Lima están siempre acompañados de Radioprogramas del Perú. Esa vez fue diferente. No hubo Radioprogramas, ni manera de enterarnos qué sucedía allá afuera, salvo los bares repletos de la Novena Avenida y el gran hueco negro que en condiciones normales eran los reflejos de las luces de Times Square.

Piso de Cemento
A falta de aire acondicionado --y de muebles en ese momento, porque recién nos habíamos mudado y los muebles de Ikea recién llegaban al día siguiente--, no nos quedó otra sino pasar el tiempo sentados en el piso cerámico de la cocina. Resultó que no sólo fue una noche de historias interesantes a la luz de las velas, sino que también pudimos refrescarnos en el piso frío. El preciado piso de madera, no importa cuán lindo y cálido, jamás habría hecho suficientes méritos para ingresar en esta lista de ítems de primera necesidad.

Cafetera Gota a Gota
El café de mi mamá siempre fue bastante popular dentro de la familia y nuestro círculo cercano. El secreto: una vieja cafetera gota a gota, de esas que a punta de paciencia logran la más deliciosa esencia de café y el aroma que más me hace recordar mi infancia. Pues resulta que no sólo es, a mi entender, la mejor manera de hacer café, sino también la única posible cuando la energía eléctrica no está de nuestro lado para activar una sofisticada máquina de espresso o una simple cafetera Mr. Coffee. El 14 de agosto, el segundo día del apagón, sólo encontré café luego de caminar unas veinte cuadras.

La electricidad volvió a nuestra zona poco después de que Mika y yo encontráramos el café en Bryant Park, mientras caminábamos de regreso a casa. Escuchamos gritos de alegría y aplausos en la Novena Avenida, con lo cual imaginamos que los refrigeradores y equipos de aire acondicionado estaban funcionando nuevamente. Y mientras caminábamos, reflexionábamos sobre lo que aprendimos durante nuestra niñez en América del Sur. Lo que pensábamos era experiencia inútil en el primer mundo era ahora fuente de salvación; y cada vez que oíamos las quejas de algún neoyorkino respetable que estuviera, naturalmente, quejándose sobre estas cosas sucediendo en la ciudad que lo tiene todo, no podíamos dejar de pensar orgullosas, “pero yo sí junté agua en casa, tú no”.