Tuesday, January 15, 2008

¿Rompiste con tu enamorado y estás triste? ¡Múdate!

Ayer no me tocó cerrar una caja; me tocó cerrar una historia.

En este blog no habrá detalles de la relación ni de cómo terminó porque se trata de una persona que respeto y quiero demasiado como para contarlos; pero esas historias en las que un amor termina y alguno de ellos se muda para empezar de nuevo son simplemente fascinantes. Yo soy de las que gravitan hacia el cambio; sin él me aburro. Y aunque la mía sea una historia de mudanza que justo coincidió con la de un amor que se termina, ya puedo contarle a mis nietos que me mudé en el 2008, el mismo año en que terminó un viejo amor.

Hoy fue mi primer día de soltera del año. Aún no he soltado una lágrima desde el "ya fue" (felizmente esas no fueron las palabras, si no en vez de mudarme le habría quemado la casa a él), no tengo tiempo para llorar, además se me hincha la cara como una papa al día siguiente. Desde que desperté sabía que iba a ser un día "jodido": primer día sin esperar la llamada o el mensajito o el chat, primer día de hacer planes sin consultar, primer día inventando respuestas a "¿por qué no vienes con Fulanito?" o "¿cómo está Fulanito?" o "¿por qué no vas a ir a Noche de Juegos"? Primer día de calor de 42ºC con las piernas sin depilar, o sea, en jeans. Pero también es un día común: un día más de levantarse temprano para ir a Zona Norte a una reunión con un cliente, un día más de 10 horas de trabajo, de responder a los emails de gente que quiere comprar mis muebles, que quiere mirar el departamento. Hay tiempo para tener pena, pero no para soltarla.

Estoy debatiendo cuándo podré soltar la pena, pero ahora lo que más me estresa no es la ruptura sino la mudanza. Lo que más me angustia no es el ex sino el dueño del departamento donde vivo, que quiere cobrarme dos meses de penalidad por la otra ruptura, la del contrato de locación. Quiere 60 días de preaviso. Yo le dí una notificación de 30 días con varios más de yapa y ofrezco cero penalidad, porque eso es lo que está escrito y papelito manda. Hace un par de años hicimos él y yo un acuerdo que no estuvo escrito, y terminó metiéndome una yuca del tamaño del Obelisco. Pero aprendí mi lección. Ahora es todo por escrito. 30 días dice, 30 días serán.

Me hago la valiente, pero me aterra sentarme frente a él a pelear por mis derechos. Sé que voy a perder la razón y armarle el árbol genealógico en una sola frase y me acordaré especialmente de su mamá. Conseguí ayuda. Uno de mis mejores amigos en Buenos Aires estará ahí conmigo en esa reunión siniestra. El me ofreció un abogado; yo le pedí que sólo ponga cara de malo cuando la aguja se mueve a favor del dueño. Eso haremos.

Pensar mi plan de ataque al dueño de mi departamento con la ayuda de mi amigo con cara de malo no me ha dejado ni pensar en cómo será mi vida en sin esta casa y sin mi chico: puedo asumir entonces que se trata de un buen remedio para un corazón roto. ¿Tendré la misma pena mañana? Seguro que sí. ¿Tendré tiempo para echarme a lamentarlo? No creo, mañana vienen a recoger el futon y a ver los estantes a ver si se los llevan. ¿Pasado mañana? No, hay que seguir embalando cosas.

En el fondo, entiendo por qué el dueño de mi departamento quiere 60 días de preaviso en vez de los 30 de rigor: el preaviso de que una relación se va a terminar estresa. Porque significa que desde ese momento ya no vamos a vivirla; sólo anticipar y hope for the best. Anticipar cuántos días quedan por vivir en una casa, dejarlos por escrito pero discutirlos; cuántas razones para dejar un amor; irremediables pero invisibles. Anticipar para luego extrañar y soñar con cómo era la vida antes de una simple notificación.