Dos años después me mudé a Nueva York, y para entonces yo ya había acumulado algunos bienes. En mayo del 2003 llegaron a mi casa dos tipos con un uniforme que parecía el disfraz de Quico de El Chavo Del Ocho (sin la corbatita, obvio) cuya misión era desmantelar mi departamento. Metieron todo lo que pudieron en cajas hermosas, cada cachivachito empaquetado con una rapidez impresionante pero sin dejar de ponerle cariño a cada cosa envuelta en papel... ¡en blanco! Usar diarios viejos habría sido una ofensa. 15 cajas entre libros de segunda mano y platos comprados en K-mart fueron trasladadas desde 411 N. Boulevard en Richmond, a 785 Ninth Avenue en Manhattan. Costo: cero. Quizá esas cajas lindas con ese olorcito a nuevo, el papel de envolver sin una sola letra impresa y el uniforme de Quico costaron más que los bienes que mi nuevo trabajo me ofreció trasladar.
Al año siguiente se repitió la operación, y esta vez se trasladó todo a Argentina. 25 bultos entre cajas, muebles finos regalados y muebles baratos de Ikea llegaron al puerto de Buenos Aires dos meses antes de que yo encontrara un lugar dónde ponerlos. Pero eso otra historia. Llegaron las cajas y los bultos y un hermano y un novio que acudieron al rescate para ayudarme a poner las cosas en su sitio. Costo: cero.
Tres años más tarde, perdida mi condición de empleada expatriada, y con el afán de trasladar la mayor cantidad de cosas por el menor precio, las cosas no son tan fáciles. Hoy pasé por un sitio que hace mudanzas: Palmo en la esquina de Arévalo y Soler.
Hoy aprendí que para departamentos chiquitos conviene más un "taxi-flete" (menos mal que estamos en Argentina, en Perú ese servicio no se anuncia ni se recomienda tan abiertamente), que cobra más o menos $40 la hora por un camión y dos peones a $14 la hora.
Uy. Un camión y dos chicos a 14 pesos la hora. Y encima el camión viene con mantitas.
Uy.